sábado, 23 de mayo de 2015

Demasiadas cosas que me duele no entender



Vi a dos amantes ayer.

Ella le abrazaba por la espalda y acariciaba su piel. Parecía que la vida pesaba poco en sus miradas. Se besaron, y yo no supe con qué excusa ocupar mi mirada, distanciarla de tanta felicidad. Uno desplomaba su respiración en la mejilla del otro, como si soplaran para derrumbar todas sus pesadillas. Aunque de todos modos, cuando cierran los ojos, parece no importarles más que la realidad del otro. Han dado paz a sus sentimientos mutuos con la sinceridad. Me pregunto cuántos amaneceres habrán tendido alejados de esa soledad que solo conoces cuando realmente pierdes a alguien.

No pude evitar imaginarme así, pero lo hice con cuidado, para que los recuerdos de lo que nunca ocurrirá no agujereasen mis emociones presentes. Mi madre me dijo que no comprendía como yo nunca había compartido más que dos latidos de instante pasajeros. Y yo solo pude excusarme con el amor a la soledad. Nunca he conseguido hacer durar ninguna relación ama. ¿No ves que estoy rota en tantos pedazos que antes o después termino dañando a quien se atreve a acariciarme?

Como siempre, camino sola, sin dejarme llevar. Me pregunto si realmente es mi culpa por permitir que el miedo construya tantos alborotos en el temblor de mi voz. He dejado las sonrisas de enamorados detrás. Siento un profundo vacío al no poder comprenderlo; demasiados poemas de amor que no conducen a ningún lado. Soy como un fantasma en este mundo ajetreado que nunca ha encontrado lugar. No tengo miedo de sostener la mirada demasiado tiempo, sino de cerrar los ojos y descubrir al despertar que ya no estás. Como todos.

Y que no vuelvas jamás.

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