lunes, 12 de enero de 2015

¿Me recuerdas?

Lo encontré entre nueve vidas. Después de desgastarme en experiencias y en pálpitos de hombres de los que solo oyes desfachateces. Pasaron por mis ojos, todas las ventanas de autobús que retuvieron todo el tiempo que mantuvo vigente su ausente presencia. 

Él fue el que susurró, aún con mi corazón entumecido, que "no existe la mala poesía". Y lo entendí a la perfección. Fue la primera vez en mi vida, que supe con certeza que no existe una mala vida. Quizás por eso, comencé a vivir mis sueños, atravesando en ocasiones la delgada línea de las pesadillas.

Él dejó un rastro en mí, que deseé que hubiese arrastrado consigo cicatrices mucho más profundas. Recuerdo como la gente que conocí en el tiempo, supo estancarme en mundos camaleónicos, pero nadie como él. Estaría mintiendo si dijese, que su recuerdo no arrastraba esperanzas en mis noches descorazonadas... al borde de perder la débil fe en la humanidad, mientras su imagen se asemejaba a un ángel desterrado. Pero ángel al fin y al cabo.

Nunca quise dejarlo atrás. En ocasiones, hay caminos en la vida que deben abandonarse, para osar abrir un nuevo sendero; nos encontramos en un tiempo y en un lugar errado. Ojalá no hubiese sido así, pero no pudimos evitarlo.

Y después de escuchar latir en nuestra alma tanto blues desgarrado, se acercó con su sonrisa y esos profundos ojos que destemplan más pensamientos de los que jamás hubiese admitido. Yo he cambiado tanto... pero sigo, de algún modo que me desconcierta, contemplando la belleza de su alma. Me pregunto donde habrá andado, a qué corazones habrá llamado hogar... me pregunto si volveremos a tropezar en algún cruce futuro, y no corramos a destiempo. O simplemente, estamos destinados a estar separados, porque tanta poesía junta a mí me hubiese matado, y a ti te hubiese resucitado.

Y no hubiese existido un catástrofe más hermoso.

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