miércoles, 12 de noviembre de 2014

Nosotros y nuestra manía de ponerle medidas a lo abstracto


No puedes ni imaginar el poder que sentí cuando me di cuenta de que a la única a la que pertenecía mi cuerpo era a mí, y que yo misma decidía las reglas que podía imponer sobre él, y que ninguna, absolutamente ninguna sería la equivocada, porque sería decisión mía por mi bienestar. Si era yo quien debía armarme con mi cuerpo cada día, sólo yo tenía la capacidad de comprenderlo con minuciosidad, de modo que solo yo sería capaz de juzgarme a mí misma y de decidir lo que sería bueno o malo para mí. Este es mi cuerpo, y nada me hace sentirme más satisfecha, que estar orgullosa de la misma en su estado más natural. Nadie necesita decirme lo que debo hacer para ser más bella, lo puedo ver yo misma, no necesito tu ayuda porque a quien debo gustarle por encima de cualquier otra persona, es a mí misma, y trabajar para ello está en mis manos. Existen miles de cuerpos, y por ello, existen miles de gustos para amarlos. Alguien que dice no amarme con la misma intensidad porque no tengo el cuerpo ideal que la otra persona desea, no se merece mi amor; porque si cambiase mi aspecto por el mismo motivo dejaría de ser yo misma. Además, me di cuenta de que podía ser muy bella a mi manera, porque todo lo que hay en el mundo tiene algo bello en su forma de ser única, en su autenticidad. Caí en la cuenta de que el mayor error que podía cometer en mi vida era avergonzarme de mi propia belleza.

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