Entre la oscuridad de la que parece ser una bulliciosa sala, su rostro aparece iluminado por una pequeña vela. Muchas sonrisas y saludos amables, lágrimas de emoción e información confidencial, señales del paso del tiempo y gestos endulzados. Inclinando su rostro, sopla la pequeña vela, celebrando la vida que aún queda por llegar. Nadie en esta sala sabe quien es realmente, pero por unos segundos, a nadie parece importarle. Y la bella mujer rubia, sonríe ante al alboroto de aquellos que no siempre comprendieron su dolor, pero la escucharon. Esa sonrisa que quedó enmarcado en la historia porque hizo mella en muchísimos corazones. Quizás su belleza acaparó demasiada atención dejando a oscuras su personalidad. Pero lo que está claro es que hoy celebramos su vida, porque su muerte nunca borrará su sonrisa de nuestra memoria. Porque después de tantos años, sus palabras siguen conmoviendo a miles de almas perdidas.
Felicidades, Marilyn Monroe.
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