martes, 17 de junio de 2014

Olas que arrastran perdedores

Una vez conocí a una sirena que llenaba mi tiempo vacío en la soledad del mar. Ella ofreció su corazón por tenerla entre mis brazos unos pocos segundos. Pero no supo que en la costa me esperaban otras princesas que cegué con mentiras. Jugar me hacía poderoso, porque conocía todas las cartas de mi rival, y la seducía para que me dejase ganar. Sentí que podía ganar cada moneda del tesoro hundido, sin darme cuenta de que la verdadera joya era el corazón que le rompí. Le hice daño. Fui testigo de su llanto desesperado a las cuatro de la madrugada. Encontré cada rastro de su dolor en las palabras de otras amigas sirenas. Le hice pedazos y ahora me arrepiento. Porque echo de menos el olor a mar de su pelo, su sonrisa de perlas y los azules ojos en los que parecía hundir toda mi tristeza, sin que yo quisiera darme cuenta. Pero ella se fue. Y ahora, no la volveré a tener jamás, porque la corriente del mar la ha arrastrado a los brazos de otro pescador, que ahora la mece en las olas de una felicidad que tanto se merecía. Ahora sirena, dejaría toda tierra por ahogarme en tu boca. He jugado y he perdido, porque nunca conocí realmente las reglas del juego que yo mismo creí inventar.

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