jueves, 25 de septiembre de 2014

Polvos sin destinatario


Miércoles. 23:35. Soledad. Me escabullo de los pestañeos suicidas del sueño. Húmedas mis mejillas, mis bragas. Como si correrme consolara un poco el vacío. Pero no busco a ningún cabrón de turno que prenda mis sonrisas con un cigarro. Puedo hacerlo yo sola, consumiendo el bullicio en silencios incómodos. Aferrándome salvaje a una espalda sin rostro y dejarla tatuada de mis arañazos. Nunca eternamente. Como un mendigo por placer propio, o una prostituta que no pide propinas. 

Sí. Es cierto. El cuento de hadas es para mí una historia de terror. El silencio no folla bien, pero al menos lo hace, y mi piel sudada arrastra las sábanas, porque sabe que no tendré que sentenciar nada. Este desorden es tan mío... no el de mi cuarto, sino el de mi cabeza. Ya no quedan más cervezas en la nevera, ni carne que palpar, y la palabra amar suena demasiado extraña en mi lengua seca. Así que cerraré los ojos esperando a que me engulla la noche, ya que no deseo estar así, pero tampoco de ninguna otra manera. Aunque ahora sé que nadie muere de una ostia con el corazón roto. Porque yo soy así, la misma vieja canción rayada; lo mejor de lo peor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario