sábado, 13 de septiembre de 2014

Manos sin rostro


Muchas noches, antes de dormir sueño que alguien me abraza. Que cierra los ojos y se desliza por las rendijas del cansancio mientras siente los latidos de mi corazón sobre su pecho. Siempre hay un profundo silencio, asaltado solo por nuestra respiración y el revoloteo expontáneo de las sábanas.

La habitación sucumbe a una paz que solo parece real alumbrada por las faronas de la calle. Me gustaría que mi almuhada manara un olor que no es mío, y encontrar sobre el suelo matutino camisas que mi borrachera no ha desgarrado.

Aunque odie admitir que en ocasiones necesito ser necesitada, lo cierto es que esta vez, no es la imágen la que me conmueve, sino el sentimiento. He olvidado hace tiempo lo que es sentirse como en casa tras una mirada. Lo echo de menos. La verdad es, que ni siquiera es necesario que conozca a la persona.

No lo sé. Solo deseo tener a alguien con que hablar hasta las tres de la madrugada, cuando caiga dormida entre palabras de sentimientos citados y puntos de comprensión, y mecerme contra su piel, mientras me siento protegida. Y un montón de chorradas más que serían mías.

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