sábado, 27 de diciembre de 2014

Enseña a caminar a la vida


Hoy me han despertado las musarañas de la ausencia de mi antiguo yo. El sol se ha agarrado al borde de mi cama como quien trata de desprenderse de su vida, y el suave olor a tabaco impregnado en mi ropa me ha alborotado el corazón. Hay una luz, ahí, en el rincón más oscuro bajo las sábanas que levanta mi tristeza y hondea con orgullo por la habitación. 

Soy yo, pero no soy yo. Me encuentro tendida entre el pasado y el futuro, sin estar segura de donde poner mi pie para dar el próximo paso. No temo al futuro, pero sí a los errores. He abierto los ojos esperando encontrar un mundo lleno de telarañas y suciedad de mi crueldad, de mi dolor. Pero todo estaba vacío, y se me ha hecho extraño, porque ya no lo sentía como mi propio hogar.

Es abrumador cómo los amaneceres no esperan que tus lágrimas apaguen el sol. Ahí está, todo el mundo, desplegado detrás de mi ventana, esperando engullir mis risas reprimidas, los susurros a media noche, la mediocridad de las meteduras de pata, las victorias... esperando engullirme a mí. Y yo me encuentro inmóvil, inmortalizada en una cama que me ha regalado tantos pensamientos dañinos.

Siempre ocurre. El tiempo se escapa, los recuerdos se olvidan, las casualidades se pierden, y las personas abandonan tu vida. Y por suerte y por desgracia, la vida sigue y sigue y sigue... y no se detendrá, hasta que este diminuto corazón se detenga en la memoria ajena para la eternidad de nuestros diminutos sueños.

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