viernes, 3 de enero de 2014

Nacidos para morir


Su rostro cadavérico apareció desde mis más sombrías cenizas. Alargó la mano y arrancó mis mentiras envenenadas de golpe. Miró con sus ojos vacíos como los restos de decepción se esparcían por mi agrietado corazón. 

Iba vestida solo con una camiseta mía. Como cuando el día nos daba un respiro de la fría noche, y las sábanas impregnaban nuestra soledad compartida. Pero esta vez, el bello recuerdo volvió convertido en una terrible pesadilla.

Palpó su reloj y el tiempo se arrodilló a sus pies, rezando plegarias de salvación y misericordia. Sonrió con amargura, le agarró del cuello ahogando todos sus sueños realistas, y arañó toda su espalda intentando descubrir donde se encontraba el corazón que me había arrebatado. Comenzó a faltarme la respiración. Giró su cabeza apresada. Sopló miles de mariposas como cuchillas ensangrentadas. Caí contra la pared y se me puso encima, parecía una depredadora de almas vacías. Pensé que iba a matarme. Rogué que lo hiciera. Que me hiciese miles de pedacitos con las manos que con tanta timidez tomé una vez... deseaba regalarle mi muerte a cambio de toda la vida que me dio ella.

"Mátame" supliqué con dulzura. Cerró los ojos, y se apoyó en mí con suavidad. Como un ángel roto que había perdido la conciencia enredada en mi locura. Entonces escuché el más ensordecedor silencio del mundo; sus pulsaciones. Poco a poco, se incorporó de nuevo. Dejé de respirar, y observé sus ojos vacíos. La convertí en la terrible dama que custodiaba mis peores pesadillas. 

Me preparé para el fin. Dejé que todas mis heridas se abriesen para que su fantasmal presencia los resquebrajase u poco más. Pero ella, inclinó de pronto su rostro y me besó lentamente. Y así. Juntos. Dejamos que los temerosos monstruos nos engullieran para ser polvo de la nada enredados el uno en el otro, y vivir eternamente en la muerte. Yo. Ella. Y las piezas unidas de nuestros corazones rotos.

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