viernes, 22 de noviembre de 2013

El mañana será la copia del ayer.

 
Cada texto que escribo, es exactamente igual que el anterior, o al que vendrá. En mi cabeza las ideas van cambiando de forma, color y textura, pero al arremolinarlos en signos plasmados, todo se mantiene exactamente igual. Demasiados "quizás", pocas respuestas, y ninguna salida.

Hace mucho tiempo que no escribo para mí. Tan solo lo hago para hacer oir mis pensamientos en este inestable y demente mundo. ¿Será que no quiero escuchar mis propios pensamientos? No lo sé. No lo comprendo. No me importa.

Bajo la luz gris de la lluvia, escribo palabras sin sentido. Ahora mismo, no soy la mujer más triste de la tierra, pero el dolor siempre es único, y consigue todos los medios disponibles para agazaparse en mi interior. No quiero compasión. Solo intento transmitir mis emociones de forma comprensible, antes de que me vuelva completamente loca.

Los instantes muertos vuelven a hacer acto de presencia en mi vida. Unos segundos de silencio para volver a reencontrarme conmigo misma. Necesito unas cucharaditas de soledad. No para uhir, sino para tomarme mi tiempo para debatir de qué lado de los pecados me situaré.

He descubierto que a menudo, cuando formulo preguntas en alto no busco respuesta alguna. Sino que es una cuestión que carcome mi alma con veracidad y necesito materializarla de alguna manera.

Pero la vida sigue igual. Las horas pasan, se alargan, se estremecen, desaparecen... y sin embargo, nada cambia. Nacemos, "vivimos", morimos. El mundo sigue dando vueltas y caemos en el olvido. ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Para qué tanto dolor? Cada texto será igual que el anterior, Deambulando por los sentidos, desterrado por los sueños. Todo exactamente igual. Todo vacío. Todo, sin conseguir vivir nuestra vida, envuelta en el mismo papel de plata, que romperemos tan solo cuando acaben nuestros días.

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