jueves, 22 de agosto de 2013

Sentir los latidos de un corazón...


Y como un ángel sin alas, cayó en el más envenenado pozo de mis frases inacabadas. La mano alzada, y una sonrisa retadora sobre sus sentidos relucientes. Era una persona eléctrica. Un gran magnetismo me atrajo a él nada más conocerle, como si necesitase tocar cada centimetro de su piel mientras perdía la cabeza entre los suspiros que guardaban enfermizas ilusiones inocentes. Sus pasos abrían mi camino hacia la salvación y como una niña pequeña que queda fascinada por los suaves resoplidos de la muerte, quedé enredada en sus arrebatadores ideales de pureza. Lo amaba. Con cada pequeño pedazo de mi ahuecado corazón. Todo lo que era corriente hasta el momento, se convertía en un tesoro indescifrable cuando lo palpaban sus manos heladas. Puedo jurar, que jamás me sentí tan cerca del cielo como cuando él cogía mi mano en el centro de la tierra. Unas pocas palabras amables, que guardaban su mirada salvaje, haciendo de mi antiguos sueños enterrados, un olvidadizo deseo que sigue ardiendo sobre mi perversión. Promesas sobre la calzada que él pisaba. Game over. Hacía de mi locura una corona de triunfo y diversión. El punto muerto en el que encontraba mi alma perdida. Las pesadillas de las que colgaba mi vida se convirtieron en pequeñas mentiras infatiles que hicieron una obra de arte de mi vida. "Intenta sentir los latidos de tu corazón sin deslizarte sobre el impresionismo de tus lágrimas" decía. Pero no sé como hacerlo, porque lo único que sé es que cuando él apareció, nació una nueva niña, pero que vestía una camisa blanca idéntica a la mía. Compró mi vida con diamantes de cortesía, antes incluso de ser consciente de que se lo regalaba entre partidas de fantasía. Porque da igual lo que haga, da igual lo que diga, siempre lo amaré hasta el final de mis días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario