Abrazaron mis miedos, y permitieron que se quedasen a vivir conmigo hasta que yo reuniese el suficiente valor para echarlos.
Se acurrucaron a mi lado como si la distancia no fuese más que una fórmula matemática. Hacía mucho tiempo que no dormía con tanta paz como ayer. Sus pieles estaban calientes y decidieron abrigar con ellas mi mirada perdida, sin preguntar siquiera el porqué.
Allí, tumbada en la oscuridad en compañía de su respiración acompasada, lo comprendí; nuestro hogar está en las personas a las que queremos, y más importante aún, en las que nos quieren.
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