viernes, 18 de septiembre de 2015

Nada más puro que la amistad


Ayer envolvieron mis manos y besaron mis heridas como si nunca hubiesen sido conscientes de que se encuentran allí. Me arroparon entre toda la confusión, antes de que me diese cuenta de lo vulnerable que sentía mis piernas al tener que soportar el peso de mis pensamientos. 

Abrazaron mis miedos, y permitieron que se quedasen a vivir conmigo hasta que yo reuniese el suficiente valor para echarlos. 

Se acurrucaron a mi lado como si la distancia no fuese más que una fórmula matemática. Hacía mucho tiempo que no dormía con tanta paz como ayer. Sus pieles estaban calientes y decidieron abrigar con ellas mi mirada perdida, sin preguntar siquiera el porqué. 

Allí, tumbada en la oscuridad en compañía de su respiración acompasada, lo comprendí; nuestro hogar está en las personas a las que queremos, y más importante aún, en las que nos quieren.

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