domingo, 1 de febrero de 2015

¡Al fin algo!


Un murmullo de gente desordena mis latidos. La noche es fresca, palpitante. Una canción comienza a sonar y mi mirada se escabulle por un corto periodo de segundos tratando de sobrevivir a mi propia autodestrucción. Hacía tiempo que no sentía tan incrustado en mis venas un instante. Morimos y renacemos rápido, y todo lo que queda por el camino, lo he olvidado hace tiempo. Todo se está rompiendo, como siempre, pero esta vez, soy yo quien se encuentra perdida sin manos a los que quiera sostenerme. He perdido el rumbo entre Dios y Elvis y adrenalina y cigarrillos y silencio, y aquellos que conocieron una vez este lugar, no volverán jamás; en las espinas no crece ninguna rosa. 

Las uniones celestiales solo causan efecto en el infierno, y quien lo niegue, miente por confusión o por gilipollas. Las dos son válidas. Este rincón del universo arde como el demonio, y ya no se ven más ángeles disfrazados. Una canción agujerea un poquito mis sentidos. Una canción horrible, que me hace encarnizar los sentimientos más bellos y siniestros. Hacía tiempo que no sentía el aliento de la muerte en mi nuca, y joder, se siente bien, se siente muy vivo. No sé qué coño perdí por el camino, ni siquiera recuerdo donde me dejé a mí misma, pero ahora mismo me la suda, ya nadie desea robar nada a alguien que ha ardido junto con su propia cordura.

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