viernes, 21 de marzo de 2014

El lado oscuro de la luna


Comencé a llorar al compás de la lluvia que rugía fuera. Fue como si vaciaran mi persona y no me quedase nada, ni siquiera me pertenecía a mí misma. Mi ahuecado corazón se perdió para siempre aquella noche, embadurnado por mis vengativos miedos. Sentí como en mi pecho se abría un gran agujero que apenas me dejaba respirar.

Protegí mi cuerpo desnudo con las sábanas, esperando encontrar en ellas un cariño que nunca me pertenecería. Me sentía inútil y quebradiza, como un espejo que no refleja nada. Frío. Temblaba de dolor, acurrucada en una esquina de este mundo que nadie comprende.

Relamí mis labios secos forzándome a encontrar unas pocas palabras de desprecio, pero no existían. Mi cuerpo sabía a suciedad. Agria y repugnante, a la par de mi alma.

Todas las cicatrices de mi alma han sido abiertos de nuevo en unos suspiros quebradizos. Mi voz había desaparecido junto a ellos, y desde entonces, no ha vuelto a sonar igual. Me perdí a mí misma, e incluso entonces, sabía que no volvería a encontrarme de nuevo.

Él se fue, como yo le obligué a hacerlo. Le empujé por un precipicio para que huyese de mí con sus bellas alas. No quería testigos de mis incomprendidos latidos al mundo. Sabía que ese era el precio a pagar por el dolor causado, y lo acepté lo mejor que pude.

Sabía que las cosas podían haber sido de otra manera, pero también comprendía que si así lo hubiese hecho, no cabría en mi interior el perdón que más tarde rechazaría yo misma.

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