
Las casualidades la llevaron hasta terrazas en las que yo mismo era testigo de los suicidios de su felicidad, pero nunca supo que estaba allí, nunca supo que la vi. Quizás fue en aquel lugar donde realmente pude ver su resplandor incómodo entre voces sin rostro. La he abrigado con poemas que nadie ha leido, y he deseado de algún modo, que llegasen hasta ella en los miles de suspiros que me provocan sus muecas de desenfado. Siento que han machacado su corazón, pero aún sigue arrastrándolo con el peso del tiempo. He descubierto la muerte en sus ojos y yo solo quiero verla viva, más viva que nunca. La quiero tal como ha sido, como es, y como será. Ojalá ella encontrase el valor de compartir ese amor conmigo. O lo hiciera yo.