sábado, 22 de junio de 2013

Glub, glub, glub...


El pequeño pez nada en su propia cárcel disfrutando de ilusos reflejos desangrados. Poco a poco, el baso se tuerce y va vertiendo agua. Puede ver como su libertad se escapa de sus manos y el pánico se cuela de puntillas en su mente porque no puede hacer nada al respecto. Sopla sobre el cristal, para dejar algo suyo en este cruel mundo que le está tapizando los sentidos. Comienza a sentirse asustado de nuevo, pero el sentimiento lo arrastra tan deprisa hacia la muerte que no es capaz de controlar los pequeños latidos que como su sombra, nunca serán materializados. Nada y se choca una y otra vez contra el cristal. Es todo una espiral de mentiras. Una detrás de otra, hasta que acaben con sus esperanzas y reflejen tras sus pupilas la sombra oscura de la vida. El agua sigue virtiéndose, y el pez se va ahogando poco a poco, perdido en su propia inocencia. Mira a s al rededor tratando escuchar una palabra de consuelo, pero todo está vacío. Ha pasado demasiado tiempo para que ajenos cuerpos sin rostro puedan comprender la tortura de que nos maten nuestros propios pensamientos. Su mente lo está matando lentamente.

Cada vez hay menos burbujas. Los sueños se están esfumando. ¿Quién soy yo ahora? Se pregunta el pez mirando su reflejo sobre el sucio cristal. Pero qué más da ya. Sus ojos nunca dibujarán las mismas nanas cálidas ante los demás. Ahora es tan solo un monstruo que se va muriendo, balanceándose de un lado a otro por los golpes de la vida. Nadie le ha enseñado el camino adecuado, sus palabras tan solo le hacían una rota marioneta llena de nudos. De pronto, dos gotas de sangre caen al agua. El pez observa confundido, pero ya no siente nada. La aceptación será la muerte más digna de uno mismo. Pero sabe en secreto, que esta noche, el suyo no será el único asesinato.

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