viernes, 1 de enero de 2016

Querido 2016:

Ojalá me enseñes a no darle tanta importancia a lo que dicen los demás, a aprender a ponerme a mí misma antes que a otros, a dejar de lado futuros imposibles porque estoy obsesionada con el pasado. Me martiriza entrar en un bar y no poder hablar con nadie cuando los conozco a todos.

Siento que mi valor cambia dependiendo del número de personas que se encuentran en mi vida. Creo que en el momento en el que la gente empezó a hablar de mí (para bien o para mal) mi vida comenzó a parecerme una cárcel que intentaba encajar en rejas que no eran mías. Y desde entonces sigue siendo así.

No soy tan estúpida como para no darme cuenta de que me aterrorizan las palabras ajenas por la decepción que pueda causar en ellos. Es como si me anulara a mí misma, y ya no estoy segura de quién está ahí por gusto.

Dependo de las personas de mi pasado por creer que debería haberme llevado bien con ellos, que el error está en mí. Pero no es mi culpa. Me cuesta dejar de imaginarme futuros imposibles en los que ellos tengan algo que decir. En resumen; he dejado mi vida en sus manos.

Sin embargo, en realidad, no tienen nada que decir de mi vida, porque ya les doy igual. Hace mucho tiempo que no formo parte de la suya. ¿Y entonces, por qué no puedo dejarlos ir si nunca he estado con ellos?

Quiero dejar de desearme a través de los ojos de los demás. Yo soy entera, cuando no me estoy relacionando con otros. Tengo una vida en la que debo caber también yo. Soy yo la persona más importante de mi existencia. Aunque sigo sin creérmelo del todo.

Así que te pido, mi querido 2016, que realmente me enseñes a depender menos de los demás para poder valorarme por mí misma.

Cruzo los dedos.

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