Tengo los bolsillos vacíos y un
labio partido. El territorio de seguridad que se
hace llamar silencio ha caido en una hostilidad
salvaje. Aprieto los puños mientras
observo la pared vacía de esta habitación que llevaba sin habitar 12 años
exactos.
Las esquinas están llenas de
mentiras que no hacen más que infectar
heridas en sus despedidas. Necesito que el amor salvaje arranque todas las hierbas de mis
recuerdos y alejar el hedor de la muerte de las manos de mi madre.
Tengo las suelas desgastadas por
la rabia y la impotencia. No puedo luchar si quien intento salvar guarda bajo su piel al opresor. El vacío no se encuentra tras
estas puertas cerradas, sin embargo, no podremos caminar si no nos arrastran pastillas
azules y moradas.
La gloria en ocasiones aparece con los ojos ensangrentados y no nos hace más que ayudar a
soportar la idea de que la pérdida está
asegurada.
Dejé de ignorar la daga afilada cuando me di cuenta en esta misma
habitación, hace años, que no hay absolutamente nada que evite un adiós. Y ahora hay alguien que sonríe a
mi lado mientras se aferra a mi mano
derecha porque era demasiado pequeño para recordar cómo enfrentarse a
esta mierda.
Sé que vuelvo a ser el sostén de
la orquesta de todas estas voces muertas. Sonrío, aunque duela. Porque ellos aún están aquí, y no es una opción dejar morir antes de tiempo a nuestra alma.
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