Mis domingos se han aposentado sobre las letras de su nombre. En sus manos resguardaba el temblor de la última nota de su concierto preferido. Y ella sigue revolviendo las esquinas, prendiendo miles de revoluciones tras mis huecos pulmones, conteniendo la sangre endeudada de por vida y sus manos... aferrándose a bozales con demasiados nombres en los que no cabe mi poesía.
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