lunes, 13 de julio de 2015

El miedo es el mismo, pero los fantasmas son diferentes



Siempre tememos tener lo que más queremos. Ojalá mis sueños no se hagan realidad. Yo, que he anhelado volar pero ansiaba por la libertad. Mi vida se ha convertido en los polos de amar protegiendo mis sentidos, y convencerme de que no merece la pena precisamente por ello. No diré que creo en las desilusiones, pero sí en las decepciones de mí misma, y quizás por eso todo me salga mal. 

La pérdida está presente en cada esquina de mi vida, como una sombra que me persigue esperando engullirme en la menor debilidad. Por eso trato de aferrarme a los días convenciéndome de que así nada puede salir mal. Todas las aventuras pueden ser simples coincidencias que nunca llegan a llenar del todo el vacío de los deseos irrealizados. De los deseos que no me atrevo a pronunciar en alto.

Dicen que no puedes evitar caer, pero no saben que sí puedes evitar cómo o por quién, aunque ojalá yo misma no lo supiera. Todos mis miedos se han quedado estancados en uno solo, y ahora no permito que los pequeños se aferren a las vivencias del día a día. Como si pudiese archivar cada dolorosa experiencia y dejarla de lado, evitando mirarle a los ojos avergonzada de lo que estoy haciendo. 

Cada mínimo rastro es suficiente para levantar todas las alertas, incluso cuando no soy plenamente consciente de ello, hay un trocito de mí que se alimenta de este pánico y no espera a que yo decida de antemano. Todo es increíblemente inestable. Porque sé lo que quiero, pero no quiero que me atrape.

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