lunes, 20 de junio de 2011

Reflejos

Nunca sabré como he llegado hasta aquí. Me miro de nuevo en el espejo, pero la sensación sigue siendo la misma. Tengo ganas de llorar, me odio. No soporto la idea de ser la misma que la de detrás del fino cristal. Quiero esconderme para que nadie pueda decirme lo que soy, en lo que me he convertido. Pero nadie debe darse cuenta de lo que está pasando. Absolutamente nadie. Aparto la vista a la ventana, evitando verme de nuevo a mí misma, sabiendo que en exceso puede traer malas consecuencias, aunque ya ni siquiera me importe. No pienso salir por la puerta. No tengo ganas de avergonzarme de mí misma. Me doy un asco terrible. Soy una completa imbécil. ¿Como pude caer de nuevo en la misma trampa? Pero ese pensamiento transcurre muy pocos segundos. Cierro los ojos con fuerza, me agacho y lo hago de nuevo. Una vez mas, otra, otra, otra y otra. Me levanto, limpio mi cara con tranquilidad y vuelvo a comprender con amargura que no ha habido ni siquiera un rastro de felicidad que tanto añoro y he intentado alcanzar. Quiero terminar con esto, es suficiente. Estoy tan cansada ya. Quiero pararlo. No aguanto más. Es demasiado. Pero hay una parte en mi que me controla y es entonces, cuando me da igual llegar demasiado lejos, mientras consiga lo que yo quiera. Y la avaricia se apodera de mí... se apodera de mí, dejándome hecha una auténtica mierda. Porque hay noches en las que rezo, para que cuando me duerma no vuelva a despertarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario