lunes, 11 de abril de 2016

Querido Madrid:



Madrid tiene un aroma agridulce.

Tan pronto como ves a un mendigo, observas pasar a un hombre con ojeras y corbata. Al momento en el que ves una prostituta vender la carne desde un escaparate de desesperación también ves a una mujer con abrigo de piel pasar por su lado.



En el mismo espacio, en el mismo momento, en el mismo sitio.



Dos personas completamente diferentes compartiendo sin querer el mismo aliento.

Es abrumador pensar que aquí la realidad resulta tan cruda.



Supongo que al final te acostumbras a dormirte con la nana de este caos cruzando por tu mirada indiferente, pero aún así, sigues chocandote con sus pasos y compartiendo camino, como si fuese normal este frío que atraviesa la distancia de soledades tan lejanas.



Cuesta comprender como uno puede habituarse a correr siempre para llegar a conocerse a sí mismo entre tanta gente, en este frenetismo que no te permite detenerte y disfrutar del instante. Hay tantas tonalidades de grises que he preferido quedarme ciega a que absorban todos mis colores. No puedo señalar a alguien y decir "es él" o "es ella". Todo es un vaivén de vidas que tratan de rozarse lo mínimo posible. ¡Y así no hay nadie que decida quedarse!



 Querido Madrid, guarda bien a tu gente, que yo entre tus calles no puedo tenerme.




No hay comentarios:

Publicar un comentario