jueves, 13 de septiembre de 2012

Enseñando volar a un ángel

Cubren la calle la calidez y la felicidad sobre el negro y frío asfalto que nadie observa. Siento como todo estalla con mis sentimientos, creando un choque inevitable, donde saltan pedazos de un corazón que antes latía. Desde este rígido suelo, puedo ver como te alejas dándome la espalda. Al principio tus pasos son lentos y sigilosos, como un gato que espía las estrellas en una noche nublada. Sin embargo, sigues alejándote sin cesar, sin mirar atrás. Un áspero grito de desesperación me nubla los ojos, y por un instante creo ver que giras. Es un espejismo asombroso que hace arder en mi interior unas motitas de esperanza. Pero tan solo es eso; un espejismo. Porque al observar atentamente, me doy cuenta de que sigues caminando cada vez más deprisa, a punto de alzar el vuelo en un cielo desteñido. Y yo, mientras tanto, veo como tu memoria cada vez empaña más mi rostro. El frío y la oscuridaad de las pesadillas que ocultan mis miedos me trocean las entrañas mientras todo a mi al rededor queda en un absoluto silencio, es una soledad ensordecedora. Entonces lo escucho al fin, lo único capaz de matar este tortuoso silencio. Acuchilla el aire y congela mis lágrimas. Un solo segundo que no volverá a repetirse en la eternidad. Oigo el batir de tus alas, en un inquietante frenesí de libertad y siento como desapareces. Estoy completamente sola y en completa oscuridad. Tú ya no estás y sé que nunca volverás. Ahora la tristeza podrá estrangularme y dejar mis pulmones vacíos de mentiras y reproches, no quedará absolutamente nada. Mi cuerpo pálido no podrá levantarse del suelo y el blanquecino polvo que revolvió tus alas me cegará con palabras insignificantes. Y será entonces, cuando mi corazón se apague y todo mi mundo se adentre en la última tormenta sigilosa de mi vida.

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